La semana pasada se celebró el Día Mundial contra el Cáncer de Mama. Y todo se llenó de rosa. La mañana del viernes las redes se inundaron con mensajes de aliento, concienciación y solidaridad. En mi empresa comprobé cómo toca a muchos en primera persona, en gente cercana o por simple sensibilidad.
Pocos días antes había fallecido Miriam Ruiz de Larrinaga, había leído la batalla contra el mismo cáncer de una presentadora de televisión, Terelu Campos, y las declaraciones de una madre cuyo hijo batalló en EEUU y ahora ha recabado en Pamplona, Ana García Obregón.
Nos tocan los casos cercanos y los mediáticos. Poco sabemos de muchas que han peleado y ganado, y de muchas que han peleado y perdido. En mi caso, ese día sentí un raro sabor agridulce. La vida está siendo generosa conmigo y estoy llevando una vida normal.
Durante mucho tiempo me peleé con la amiga que un día decidió no luchar y dejar que la vida le llevara. El viernes me acordé sobre todo de ella, de su sonrisa permanente, pero también de su cerrazón a la vida. Entonces no lo entendí y ahora tampoco.
Aunque no ganemos las batallas, que no siempre las ganamos, hay que hacerles frente. No podemos decir nunca que lo intentamos, por nuestras abuelas, madres, hijas, sobrinas, amigas, compañeras y, sobre todo, por nosotras mismas. Aun cuando muchas mañanas solo queramos taparnos la cabeza de nuevo, continuar durmiendo y soñando protegidas, o mejor dicho, esquivando la muerte. Porque solo se vive una vez, pero hay que hacerlo con dignidad.