El enfermo imaginario

Tocaba clase de teatro. También un de febrero Jean Batiste Poquelin moría interpretando una de sus sátiras más entrañables “El enfermo imaginario”. Y yo con esas pintas.

Jacques representaría a Argán, el hipocondriaco protagonista que se cree muy enfermo. Para tener un médico de “familia” baratito,  concierta matrimonio de conveniencia entre su hija Angélica (yo). Todo un enredo con una poco creíble segunda esposa, una fiel criada y una hija dispersa. Con objeto de aclarar los verdaderos sentimientos, Argán finge su muerte y comprueba como no todo es lo que parece, que sólo su hija muestra verdadero dolor por su perdida.

Todos los extremos son malos, no conviene obsesionarse con la posibilidad de estar enfermo, porque uno termina cogiendo todos los virus, bacterias y enfermedades ajenas sin necesidad. Tampoco conviene hacer oídos sordos a las llamadas del cuerpo cuando este te alerta un jueves que la migraña llega. Como todo en su justa medida.

Lo más importante en la vida es tener sentido común para valorar, rodearse de verdaderos amigos y familiares, no pretender ser médico, criticar la medicina cuando no responde como quisiéramos y, sobre todo, tomar la vida como Argan, que aunque sea obligado, satiriza y se ríe de mundo. Finalmente me sustituyeron y no pude demostrar el amor de hija ni declinar el mejor francés de Molière.

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