Bocata de Mayonesa

Los padres de mi María José trabajaban toda la semana de sol a sol. Tenía un negocio familiar que apenas les dejaba tiempo para pisar la playa algún domingo perdido de mucho calor. Por eso, cuando propusieron ir a un huerto de naranjos, el plan resultó tan atractivo. No era época de olor a azahar, era julio creciente en el que sobre todo las notas ácidas mezcladas con un cricri de sonidos inundaba los caminos. El portón se abrió, entramos en la finca como si de Falcon Crest se tratara. Aparcamos el coche y saltamos como si no hubiera tenido nunca un patio donde jugar. Al rato llegó la madre, traía un bocadillo para cada una. No podía creer se trataba de un bocadillo de jamón york y mayonesa, modalidad hasta entonces desconocida e impensable.

Esta tarde he pasado cerca de la finca y no es tan grande como recordaba. Los árboles que entonces me parecieron gigantes son árboles sin más, el patio se intuye un patío baldío y ya no están los alegres dueños. Sin embargo el aroma a naranjo, con la suavidad de la lima italiana sigue inundando los campos que rodean este valle. Y hasta el olor a aceite de aquella mayonesa en el pan blanco vuelve como haciendo espirales. Porque solo los que sueñan con tener un día un naranjo entienden que la esencia de la vida comienza en primavera y termina en octubre.

Mañana buscaré de nuevo a mi amiga y sé que como cada año me estará esperando. Juntas nos tomaremos un café tallat, hecho con el agua de Valencia que produce un aroma particular, hablaremos sin parar y sin dejar de interrumpirnos, miraremos al mar y volveremos a descubrir como cada año Ibiza, respiraremos hondo renovando la fuerza de una infancia recobrada y volveremos a comprobar que lo mejor siempre está por venir.

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