La semana próxima se celebrará el Día Mundial del Cáncer de Mama y son muchas las llamadas que recibimos. Carreras, anuncios de lazos, avisos en las redes, todo para recordarnos que la batalla avanza a buen ritmo pero que queda mucho por hacer. Los médicos deben seguir diagnosticando, tratando y “curando”. Los enfermos deben seguir los tratamientos, dejarse aconsejar por los expertos y no dejar de sonreír. Las familias no deben perder la esperanza, acompañar y también sonreír. Los amigos deben respetar la necesidad de distancia y la incapacidad para seguir determinados ritmos.
Los tratamientos son carreras de largo recorrido, maratones en los que cuenta la preparación previa, la resistencia, la constancia y la capacidad para mirar al frente. Porque aunque los diagnósticos cada vez son más afinados y los médicos dibujan con precisión itinerarios cuasi perfectos, son los protagonistas quienes marcan la diferencia. No hay dos enfermos iguales es una frase repetida que tiene todo el sentido en el caso del cáncer en general y de mama en particular.
Cuando hace unas semanas me anunciaron el cambio de tratamiento, respiré aliviada. Creí que se acabarían todos los efectos secundarios que había leído una y otra vez, y de los que descubrí después ser sufridora de la mayoría. Una hipersensibilidad identificada desde niña supone para mi una altísima probabilidad de alojar tanto sufrimiento en el camino, como alegría en la llegada. Decidimos terminar la tanda antes de iniciar el nuevo tratamiento. En realidad era el temor a no reducir los efectos secundarios lo que me frenaba al cambio, una nueva muestra de la resistencia del ser humano a salir de su zona de confort, aunque sea un terreno escabroso y las expectativas sean favorables.
¿Será temor a continuar sufriendo lo que me frena o simplemente el deseo de estar acompañada en el inicio del proceso? Ahora, cuando ya he recuperado la cercanía de la mano que tanto me acompaña, ahora si afronto el cambio con alegría. Porque pienso compartir con el, con mis padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo sufridores de mis visiones borrosas, que la vida está en cada amanecer que descubrimos, aunque sea nublado.
PD: ¡Ah! Y pienso disfrutarlo con mi sobrino pequeño que el domingo, desde su exilio en un colegio extranjero, me preguntaba cómo estaba y recordaba que la salud es lo importante.