Valor y al toro

Y llegó el momento de lo que los taurinos denominarían cambio de tercio. Después de los pases de capote, con verónicas perfectas por destreza y gallardía, con unas chicuelinas que enfocan bien el pecho hacia donde corresponde, para terminar, como no, con algún intento de navarras no completadas en aras de una portagayola para arriesgada pero que si resulta, éxito asegurado.

Para la suerte de muletas se afina, se cambia el capote por la muleta, y se eligen bien los últimos movimientos. Como en el pase de pecho, en las últimas sesiones, tras realizar nuevas medidas y correcciones, empezamos una nueva tanda, más centrada y precisa. La piel está más sensible, el cuerpo está algo más cansado, pero no faltan las ganas de seguir y seguir, para terminar pronto. La liturgia de la puesta en marcha es mayor que el tiempo dedicado. Así, cuando empieza a girar el aparato, como la muleta, cuando suena el timbre infernal que avisa del rayo láser, cuando corre el viento del aire acondicionado como el de la plaza, los timbales callan, entonces todo termina.

Y de repente te das cuenta que las hojas del calendario arrancadas son más que las que restan. Que como en los toros, ha pasado el tercer astado y has podido merendar, porque has podido desayunar una tostada exquisita en la clínica un día o una espectacular tortilla de patatas otro. Aunque no puedas terminar los platos, sigues disfrutando de cada momento de liberación tras el tratamiento.

Corre el tiempo deprisa, bajan las reservas de energía y fuerza, como al toro, pero cuando ves el sol al salir y una sonrisa amiga, te das cuenta que merece la pena centrarse y no perder de vista al toro.

La suerte está echada. Y como Manzanares… a no defraudar

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