Llegó de Bulgaria y nos ganó

Soy feliz escribiendo y, sin embargo, desde que supe que había fallecido no he podido hacerlo. La leucemia pudo con ella después de plantarle cara. Desde que la conocí, me llamó la atención su enorme fuerza para afrontar la vida, las contrariedades y disfrutar de los pequeños placeres. Había llegado a España desde su Bulgaria natal buscando una vida mejor para su familia, y quizá por eso trataba siempre de ver el lado bueno de las cosas.

Por las mañanas le veía trajinar por casa con un ritmo constante, mirando con satisfacción lo realizado y sobrevolando lo pendiente con precisión. Por las tardes coincidíamos a la hora del café y lo saboreábamos antes de bajar a la playa. Cada una se pagaba el suyo con un claro sentido del rigor y curiosa dignidad. Solo el último día, en un acto de magnanimidad, me dejaba cerrar la cuenta, con un gesto cómplice y agradecido. En aquellos ratos frente al sol y al mar me contó uno de los secretos de la vida: dar a cada cosa su tiempo.

Deduje que había tenido una dura vida donde la lucha por la supervivencia y la necesidad de reinventarse le había llevado a observar todo con cierta distancia. Hablaba lo justo y escuchaba muy bien, siempre dispuesta a aprender, se tratase de historia, literatura, costumbres o cocina.

En su último wasap me decía: “ánimo María José! Tú estás de ejemplo de mi”. Esta semana lo releí y recordé que nunca le dije cuánto admiraba su capacidad de escuchar y hacer sentir al interlocutor como si de una lección de idiomas se tratara.

Se fue sin pasarme la receta del yogur y ahora siento no haberle dicho nunca que era intolerante al mismo. Ella se merecía probar su yogur y mucho más. Descansa en paz mi querida amiga y guárdame un sitio.

Día de Todos los Santos y Difuntos, y poco Halloween

Una de las satisfacciones de mi nueva vida profesional es ver el trabajo como proyectos pequeños que se desarrollan de forma ágil, que empiezan y terminan para empezar otro. Una mini acción fue Halloween. ¿Por qué nos sumamos a tradiciones ajenas y despreciamos las propias? ¿Por qué dejamos de ir a visitar a nuestros difuntos en los cementerios y mandamos a los niños por las casas? ¿Por qué nos da alergia hablar del Día de Difuntos y nos disfrazamos de forma macabra?

En el trabajo, preparar Halloween me trajo la inmensa satisfacción de encontrarme alguien que me recordó que mi tradición era otra. Pero también me ilusionó pensar cómo en la vida trabajamos para los demás. Nuestros compañeros en otros lados del mundo viven esta costumbre y la comparten. De ahí que llenáramos de pequeños carteles nuestra oficina.

Por la noche recordé la Noche de Muertos de Paztcuaro México, hace muchos años. Creo que nunca he pasado tanto frío ni disfrutado de tanto de un café con canela (que tan poco me gusta). Aquel día descubrí el amor compartido hacia los difuntos, pero también la comida, los altares, los cantos y las familias unidas.

Este año, con quien compartí aquella noche ha volado a México y se estará reencontrando con ese país al que tanto debemos. Vivo sola hoy este día que me recuerda que la vida debe ser vivida con intensidad y agradecimiento. Los muertos son nuestro pasado pero también nos recuerdan que un día les acompañaremos.

La muerte asusta porque también asusta la vida, el riesgo o la toma de decisiones. Yo tuve mucha suerte el día previo de Halloween de hace unos cuantos años cuando alguien me dijo que quería acompañarme hasta el cementerio. Ese alguien que hoy recorre México ayudando a los demás, me ha prometido celebrar nuestro día, me ha dicho que volverá, y siempre cumple su palabra.

Día de muertos si, pero Día para pensar en la vida eterna…

 

 

 

Donde más te necesiten

Hay personas que nos complican la vida, otras que la hacen fácil y hay quienes comparten camino de forma tan fácil como silenciosa y cordial.

Un mes de febrero, tuve la suerte de conocer a alguien que, desde el primer día que fuimos a los cines Carlos III de Pamplona, me acompaña sin preguntar si la película es de Premio Sundance, escucha sin interrumpir y no pierde el tiempo esperando a que le devuelvan el importe cuando la película no merece su precio. Continuar leyendo «Donde más te necesiten»

Los muertos, ni pacientes ni clientes

Pasó ya el Día Internacional del Cáncer. Durante semanas vi cómo el rosa iba apareciendo en solapas, anuncios en prensa, televisión y cómo influencers de diferentes índoles hablaban sobre la importancia del compromiso, el afecto y la comprensión. El mismo tiempo de espera de la temida revisión, con más sombras que luces, como siempre. Continuar leyendo «Los muertos, ni pacientes ni clientes»

La agenda está llena

El otoño no es un cambio de estación sino de estado de ánimo. En verano, te cruzas en los pasillos de la oficina con compañeros que te saludan con la mirada y con la voz. Ahora observas miradas caídas, voces venidas a menos, incluso descubres gentes enmudecidas. Quizá porque la perdida del buen color adquirido en los viajes y paseos ha dado paso a un empalidecimiento que terminará en pieles cetrinas e incluso un aparente decaimiento.

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Dejarse caer

Me hubiera gustado ser una buena escritora, perfumista en Hermès o decoradora de casas de playa. Soy un poco de todo lo soñado, escribo en las empresas para comunicar y entender, y he tenido el privilegio de impulsar el gran cambio de oficinas que ha permitido abrirnos al color, a luz y al espacio abierto, que son tres máximas que bien podría compartir con Pascua Ortega. Continuar leyendo «Dejarse caer»

Al encuentro de un amigo en Italia

Las vacaciones son un derecho reconocido en el ámbito laboral que, sin embargo, a menudo a muchos nos cuesta disfrutar. Existen los obsesivos con el trabajo, quienes piensan que nadie puede sustituirles, quienes nunca encuentran planes atractivos y los que no tienen con quién disfrutarlas y prefieren hacer como que no existen hasta que les obligan desde recursos humanos. Continuar leyendo «Al encuentro de un amigo en Italia»

La sonrisa etrusca (película)

Un viejo escocés, Rory MacNeil, tiene marchar a San Francisco para ser tratado de un cáncer terminal. Allí se reencontrará con su hijo reconvertido en cocinero molecular -algo poco comprensible para un testarudo sureño-, y vivirá la experiencia transformadora de convertirse en abuelo por sorpresa. Una historia que comienza en tono de comedia y se va convirtiendo en una sencilla invitación a la reflexión sobre la vida (¿o el final de la vida?). Con el lujo de contar con la dirección fotográfica del guipuzcoano Javier Aguirresarobe, un especialista en captar almas sufrientes, la película se basa en la novela homónima de José Luis Sampedro y hace referencia a las estatuas de terracota que tienen una sonrisa especial que alude a la muerte feliz.
Hacía tiempo que no escribía en el blog sobre películas relacionadas con el cáncer, quizá porque no es un tema interesante, divertido ni comercial. Sin embargo, disfrutar algún día de la jornada intensiva para revisar películas y libros antiguos es un placer que permite doblemente del tiempo.

La soledad que sufren muchos enfermos al enfrentarse a la vida que les queda, sea la que sea, es una muerte en vida. Nadie debería enfrentarse solo a este trance, a menos que sea su decisión. El problema principal es el miedo al recorrido que conllevan los tratamientos, la consciencia de cómo las fuerzas se merman (aunque sea temporalmente) y la posibilidad de enfrentarse al más allá sin una mano cálida que nos acompañe aun a sabiendas de emprender el último viaje en soledad.

La posibilidad de dejar un legado. Los abuelos sueñan con dejar propiedades a sus hijos y una mejor vida que la que ellos tuvieron, aunque malvivan cuando lo que deben es disfrutar de los frutos de una vida trabajada y sufrida. Más allá de lo material, el sueño de cualquiera que ve su vida temblar antes de tiempo es, sin duda, la necesidad de traspasar inmateriales: la historia de un tatarabuelo héroe en la primera guerra mundial, las canciones compuestas por la tía con música adelantada a su época, las recetas de la abuela con las medidas propias de “puñado” o el amor por el arte transmitido generación tras generación.

La necesidad de disfrutar del tiempo. Hace años me dijeron que la frase “nadie se muere el día de antes” era un proverbio chino. No sé si es cierto pero sí que cuando te sucede algo contradictorio en la vida y piensas que podrías no vivir, das gracias hasta de las contrariedades. Rory MacNeil disfruta cuando su nieto empieza a andar, planta en un jardín o conversa con su hijo del que ha estado separado más de quince años. Porque lo importante de la vida está en aquellos pequeños momentos que nos hacen mejores personas y eso es en compañía. Nadie debería morirse solo, aunque todos necesitemos de una soledad pudorosa.

Y efectivamente, como el abuelo le advierte a su nieto “no pienses que habrá un tiempo mejor, nunca lo habrá”. Aunque no tengas cáncer, aunque la salud te acompañe, afrontes toda una trayectoria profesional, disfrutes de una vida compartida feliz y un viaje a la Escocia, Italia o Elizondo por descubrir, recuerda que todo lo bueno está dentro de ti.

 

Algunas frases para recordar:

- “Las luces no dejan ver las estrellas”
- “La mejor forma de domar a un caballo es cortarle las pelotas”
- “Si dependiera de ti, el mundo no cambiaría”
- “No fue capaz de hablarme con claridad, tengo cáncer”
- ¿Miedo del dolor? Usted no conoce a los escoceses
- “Haz lo que amas antes de que tengas un pie en la tumba y sea tarde”
- “Me gustaría tenerte en mi vida, en lo que queda…”
- “No quiero vivir sin sentir nada”
- “Mira siempre las estrellas, te mostrarán el camino”
- “Lo importante es que si amas a alguien, debes decírselo”
- “No pienses que habrá un momento mejor, nunca lo habrá”

Cuando tu vuelves, me voy

Que también agosto en Madrid termina y es bueno sacar algunas enseñanzas, recordar algunas vivencias repetidas y dejar por escrito una Guía de Ruta para 2020.

1- Aunque parezca que todo el mundo coge vacaciones, hay quien como tú trabaja, ha hecho la misma elección o le ha tocado guardia. Y puede ser tu jefe. No eres el único de Madrid que ficha en agosto.

2- El tráfico rodado es más ligero y hasta puedes hacer estimaciones más fiables sobre el tiempo del recorrido al trabajo. Aprovecha que dormir cinco minutos más no supone llegar tarde.

3- Si puedes hacer jornada intensiva, vuelve a comer a casa y rentabiliza la compra de la mesa de comedor. Hay quien para para hacer un kit-kit y aguantar hasta el medio-tarde-día. Comer en casa es un privilegio a precios populares.

4- Aleja revisiones médicas o consultas de tu mente, quizá tus médicos también estén fuera y si vas te toque contar tu historia desde el comienzo de los tiempos . Vete solo al ambulatorio en caso de picadura grave, indigestión de chopitos o receta de urgencia. Tu cabeza merece parar.

No os apelotonéis y empecéis desde septiembre a pedir las vacaciones 2020. Disfrutad del hoy que el mañana es incierto.

Creo que me escaparé unos días: sin móvil, sin ordenador, sin reloj. Pero solo se lo diré a quien tendría que tirarme de las orejas si no vuelvo. Me iré con la sensación de no dejar terminados todos los deberes y de culpabilidad  por irme cuando todos vuelven. Pero también, cuando me quite el reloj que tanto me gusta sabré solo sufriendo se disfruta, que solo trabajando se ganan vacaciones y que cuando vuelva el mundo seguirá girando como siempre. Porque solo soy lo que soy, una pequeña pieza en una organización, empresa, que trata de poner música en un campo de lavanda, dibujar en una moleskine a sus sobrinos, escribir para sus cuarenta lectores y cocinar para los intrépidos amigos.

 

Calla para que te escuchen


He vuelto al silencio tras una observación serena los últimos meses a personas que escuchaban bien
, que hablaban lo necesario y que pasaban tiempo consigo mismos. Unos meses de cambios internos me han animado a empezar un proyecto personal al que doy forma ahora.

La semana pasada, curiosamente y con sorpresa, cayó en mis manos un artículo sobre la importancia científica del silencio en la nuestras vidas. Lo mío era pura intuición y observación, así que me sorprendí gratamente. Me he obligado cada tarde a dejar el móvil en la cocina, olvidar la tele, arrinconar los libros, apagar por un rato el ordenador, bajar el toldo y ponerme las gafas para mirar hacia adentro. Continuar leyendo «Calla para que te escuchen»

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