Última reunión con un posible cliente, antes de pasar por el anestesista
final. Miro al potencial cliente con la satisfacción de
haber llegado hasta allí. Todo transcurre con normalidad. Presentación entusiasta de un proyectoque me apasiona, como me apasiona la gente, hablar, colaborar y hacer algo que mejore la vida de los demás. Aunque en mi fuero interno sé que si me llama la semana siguiente no podré atenderle. Paso el testigo a quien trabaja conmigo para que ejerza de las dos. Ella me mira durante todo el rato, con esa mirada de complicidad de quien sabe mucho.
Al llegar a la última médico de planta todo me parece familiar. Un paso más que cubrir. Una vez más que contar mi historial médico, que gracias a este pequeño suceso he tenido que rememorar y actualizar, completando antecedente familiares curiosos y ordenando los propios. Redescubro y redescubro mi mala salud de hierro, y me aburro a mí misma. Ella no sé da cuenta. Es la primera vez que me oye. Normal.
Acordamos que, como son un equipo, quizá nos volvamos a ver al día siguiente. No está mal el plan. Yo ya lo tenía agendado, ella no tanto supongo.
Casi me falta tiempo para volver a mi médico de familia, bueno mi médico de mí, pero me sigue gustando “Médico de familia”, además de recordarme a aquel médico que para todo tenía remedio con un diagnóstico al mirarte a los ojos infalible, me recuerda a Emilio Aragón y a la sanidad preventiva.