Algunos aprovechan las noches para salir de juerga. Otros, para permanecer en vela. Hay gustos para todo. Yo opto por la segunda, a pesar de que la amable voz que me adelantaba la cita con el médico me hubiera dicho que solo se debía a que ya tenían los últimos resultados de las pruebas.
Respiro suavemente y de nuevo quedo fuera de juego. Según ese informe incomprensible, en perfecto inglés, el riesgo de reactivación es mínimo y la quimioterapia no aportaría valor. ¿para qué me he tragado tres películas esta noche, veinte infocomerciales y dos conciertos de piano? Para que tenga cara de cansada, nada más. No salto de alegría porque mi médico es serio y no es bueno que descubra mi forma de ser tan natural y simple. Como diría mamá “siéntate recta y escucha”. Para no dejar cabos sueltos, repregunto sobre el tratamiento. Me informará la doctora en radioterapia que, acto seguido, puede recibirme. No, no puede ser cierto que matemos dos pájaros de un tiro.
Tras el rosario de nuevas pruebas todo parece estar bastante bien, el corazón algo sensible (¿de tanto amar me pregunto?). En conclusión, estas pruebas permiten ver el tipo de tumor, las posibilidades de regeneración y, en consecuencia, el tratamiento adecuado.
Pasillos de nuevo hasta llegar a la nueva responsable de la segunda operación post-Garbancito. Entramos ahora en la operación que, a partir de ahora, denominaré “Crème brûlée”. La llamo así por tratarse de una acción que conlleva trabajar sobre una superficie fina (la crema / piel) que se ha visto como inconsistente y que se fortalece con una acción que produce de quemaduras (tostado / enrojecimiento) y de la que se sale fortalecido (aspecto tostado caramelizado / nueva piel rosada).
La primera consecuencia suele ser la irritación de la piel por lo que es preciso cuidarla con más mimo de lo habitual. Para cualquier mujer, por un lado sería una oportunidad de probar nuevas cremas y marcas. Para mí, con una rutina limitada a cuidados básicos de hidratación y aceite de parafarmacia, no supone más que el incordio de cambiar. Con el agravante de mi manía por evitar la mezcla de olores que tanto gustan (gel, hidratante, colonias y maquillajes).
La segunda consecuencia es el cansancio que con los días se va notando, aunque no siempre. Teniendo en cuenta que desde que me notificaron mi unión a Garbancito no duermo bien, el cansancio es habitual en mi día a día. Amén de una bonita anemia que me acompaña con mayor o menor violencia. Pero no adelantemos acontecimientos.
La tercera advertencia es la importancia de armarse de fuerza para afrontar el tratamiento y llegar al final con cara lozana. Así, caminar a diario para tener el cuerpo acorde y la mente despejada son claves. Alimentarse con criterio y con una serie de productos que favorecen la buena recuperación y la protección.
Si algo llama la atención es cómo tendrás que estar durante toda la temporada monotemática de este postre francés en la misma postura mientras lo preparen. Te hacen un molde a medida en el que cada día te colocarás para que, con el mimo del pastelero fino (físico y técnico), puedan aplicar el soplete con cariño pero de forma contundente. Y como pasa siempre, parece que cuesta más la preparación que el tiempo de cocción. Lo veremos y lo sentiremos, sin duda.
Para terminar la mañana, hay que repetir los ingredientes de la receta y repasar. Un TAC con nuevos marcados previos para tener claro el momento que actuar, dónde hacerlo… y punto final.
Esta fase de postres, supongo que irá mejorando. De momento salgo con una lista de prescripciones que la enfermera ha escrito para que no me olvide de nada, pero que previamente me ha explicado sin prisa pero sin pausa.
En posición de salida. Como me gustan los postres…, cuando empiezan por lo que nos queda, dulce y en este caso la salida a aroma de limón.