Desconectar

No me gusta limpiar, aunque me toca limpiar. No me gusta cocinar, aunque cocino. No me gusta hacer presupuestos, aunque los hago. No me gusta sacar la basura, pero la saco. No me gusta muchas de las obligaciones diarias, pero las afronto con la ilusión de terminarlas pronto. Es fácil empezar por listar lo que no nos agrada, lo difícil es tener claro lo que nos gusta.

Trabajo no solo porque me pagan, que también, si no porque es mi obligación con la empresa, con la sociedad y conmigo. Y no sé hacerlo de otra manera que no sea con una entrega total. En este pacto de colaboración, como en el plato de huevos fritos con jamón, me gustaría ser como el huevo, que colabora, y no como el cerdo, que se involucra. Sin embargo, empiezo a pensar que llevo demasiado tiempo de una forma como para cambiar.

A pesar de todo, en junio, un nuevo golpe en la vida vino a decirme que iba mal. Paré el coche al volver de trabajar en el campo de golf al que tantos días había ido a pensar en las musarañas y me di cuenta que no había visto florecer ni esa primavera ni la anterior. Y esto que solo es un detalle, muestra como nos olvidamos de vivir, creyendo que, quizá, vivir es trabajar.

No quiero excusarme por trabajar de más, quizá realmente sea una forma de reconocer que algo no está, que mi cuerpo no responde y no lo quiero afrontar. Solo quiero parar y pensar que “solo merece la pena aquello que te hace sonreír cada mañana”.

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