Al iniciar la aventura hospitalaria, nadie advierte de la cantidad de tiempos muertos que vas a ir acumulando con el tiempo, más bien son tiempos eternos. Con mirada curiosa se te abre un mundo mujeres diversas: las recién embarazadas que discuten con sus maridos que quieren ir a una despedida de solteros, las amigas que se acompañan mutuamente a revisiones periódicas (¿quién en su sano juicio quiere compañía para tales eventos?), las que van a revisiones de un tumor superado e irradian felicidad….
Ah… ellos… los hombres no tienen desperdicio, llegan tarde con la corbata suelta, esperan contestando sus smartphones y sobre todo flotan de incomodidad. No están hechas salas de espera llenas de revistas para mentes tan ocupadas.
Los médicos ya no marean la perdiz, van al grano o garbanzo. Ahora ya a eliminar el drenaje que de un plumazo o tirón. El tiempo sigue corriendo a tu favor, pero el contador se pone a cero. Porque habrá que esperar más hasta saber el tratamiento. Si la vulgar frase era “mucho lobo para tan poca caperucita”, aquí “mucha espera tan copa tan pequeña”.
Las salas de espera no son silenciosas
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