San Fermín es mucho más que un Santo y Pamplona es mucho más que una ciudad que se viste de blanco y rojo. Desde bien pequeña mis madre nos vestía y planchaba primorosamente el pañuelico que los cuatro hermanos luciríamos.
Desde entonces aprendí que para disfrutar de San Fermin hay que saber:
– El Patrón tiene un manto inmenso que protege a los que nos visitan, pero hay que tener ser prudente, llegar tiempo al encierro, comer para aguantar, beber para celebrar, caminar para disfrutar, cantar para vibrar y sonreír sin cejar.
– Vestir de blanco y rojo no es por imposición es por tradición y convicción. El rojo de nuestro pañuelo nos recuerda la sangre derramada de nuestro patrón y contrasta con el blanco que nos ilumina. Estos son nuestros colores, esta es nuestra tradición.
– El encierro y los toros. Sin hacer historia ni entrar en polémica, guiar a los toros inició una tradición que se une con la celebración religiosa en honor al patrón. Los 849 metros que separan los corralillos de la plaza de toros es un recorrido que permite a los corredores y espectadores conocer los toros que se lidiarán esa tarde.
– El ajoarriero es la mejor merienda para los toros y el mejor segundo plato para no cocinar y guardarlo para la receta. La comida durante estos día nutre y alimenta, pero sobre todo permite compartir mesa, disfrutar del pescado más vulgar convertido en exquisito, conocer nuestros pimientos y tomates, y cantar entre cucharas.
Ayer inicié las fiestas en con el Chupinazo lanzado en San Fermin de los Navarros de Madrid. Allí estaba abriendo paso Amalio de Marichalar, junto a mis queridos amigos del Círculo de Navarra, Joaquín Villanueva, Rafael de Lecea y Raquel Cortijo. Cuando alzamos la primera copa, recordé que hace dos años salía con angustia de la radioterapia y me dirigía al Patrón a pedir su bendición. Ellos comparten el sueño diario de una tierra común y la oportunidad anual de disfrutar, en Pamplona o en Madrid, Viva San Fermín.