Hoy domingo he ido a la peluquería. Ayer y anteayer tarde estaba demasiado cansada para levantarme del sillón. No es una frivolidad que a una le laven el pelo y se lo peinen, se trata de no ver la cantidad de pelo que se cae, los mechones que quedan en el cepillo, y también de aplicar el tratamiento anti-caída nada milagroso por un profesional.
Hace dos semanas nos reunimos con unos amigos para compartir la experiencia paralela de un tratamiento de cáncer. Hay quien se reúne para celebrar cumpleaños (hasta cierta edad, después simplemente es celebrar), nuevos trabajos (que los hay), la llegada de los hongos (tras las lluvias), el elogio a la amistad (tras tiempo sin verse), la huida de casa (los que no quieren cuidar niños), o simplemente en torno al arte y la cultura. En nuestro caso hacía mucho tiempo que no nos veíamos, a pesar de repetir en cada conversación telefónica que había que quedar. Bueno pues gracias a la circunstancia compartida nos vimos.
Al bajar del coche nos esperaban siempre tan cariñosos y correctos, y entonces ambas nos miramos, como se miran los hijos de amigos cuando tienen que compartir tarde de piscina y no lo tenían previsto. Yo hacía días que había terminado la radioterapia y, aunque no lograba dormir, tenía buen aspecto, eso sí, sin el color habitual veraniego bronce tamizado. Ella acababa de terminar la quimio hacía un día, y aunque su voz, como siempre, sonaba alegre y positiva, se tomaba más tiempo entre frase y frase.
Se le había caído su hermosa melena negra y había optado por una peluca. En mi caso ha sido más el estrés el que ha provocado la caída del pelo que el tratamiento aplicado. De nuevo doy gracias por haberme librado de la quimio. Yo sólo he tenido que cortarme el pelo para evitar ver los largos cabellos en el precioso lavabo blanco inmaculado. Porque no nos engañemos, el pelo se cae también por el clima seco, la medicación, la falta de defensas y siempre en otoño, aunque nos parezca que no ha llegado. Para animarme la peluquera me ha dicho que todos los años hay más gente con caída. Me he quedado mucho más tranquila.
Al salir de la peluquería no me he mirado, ya sé que de mi cabeza de escarola rizada sólo queda el recuerdo, y alguna caricatura pintada por un compañero de Lecároz. Además, con los rizos en Madrid nunca han sido cool, pasamos de las mechas a los reflejos sin caer en ninguna de las dos tentaciones. Ahora aguanto como una jabata sin ponerme extensiones y guardarlos en una caja como aconsejaba el abuelo.
Mi amiga ahora ve cómo crece su pelo mientras la peluca le sigue dando calor a menudo, y mientras muchos no se han fijado que lo que luce en su cabeza es nuevo. En mi caso sólo luzco, como siempre, unas gafas de ver que me recuerdan que cada día veo menos.