Me gusta soñar, por eso escribo. Gracias al bolígrafo primero y al teclado después, soy capaz de vivir más intensamente, soñar cómo vivirlo y guardarlo para el futuro. Así que sentarme supone el ejercicio previo de un boceto imaginario que plasmado en papel, requiere sobre todo un toque de color.
Escribo, es lo que me toca. Elegí comunicación como profesión, primero para desarrollarla en medios (reportera de guerra quería ser) y después en el mundo de la empresa. Ahora, desarrollar la comunicación interna me permite hacer partícipes de la información a las personas que constituyen la organización de la información, sobre todo en lo operacional, pero también como canal para la comunicación estratégica y corporativa. Un lujo.
Escribo porque solo esto sé hacer. Los informáticos desarrollan programas, los ingenieros construyen puentes, los médicos curan enfermos, los economistas administran los recursos escasos, yo escribo, y escribo porque la comunicación es lo que nos hace seres relacionales.
Escribir desde que sé, -de forma trágica e inequívoca-, que la vida es más corta de lo que yo esperaba, ha agudizado un defecto que me viene de lejos. Me gusta repasar por cuarta vez los textos, tengo prisa por lanzarlos al espacio, escribo, releo con mis gafas de lectura, ojeo de corrido y paro. Pero me olvido siempre que mi falta de paciencia me lleva casi siempre a erratas ortográficas, que no son solo descuidos, son ya signos de identidad, de mis prisas por pasar a lo siguiente, dado lo corto de la vida. MUY CORTA.