Tacones contra dolores

Pediría perdón a mis veinte lectores por no publicar el pasado viernes, pero prefiero darles las gracias, sonreírles y decirles que estoy mejor. Porque no ha sido abandono, ha sido una nueva prueba. Llegó la primavera y con ella los dolores en las cicatrices y las migrañas acompañantes de las lluvias y nieves.

Cuando parecía que el sol de Madrid que tanto me gusta llegaba para quedarse, vino un anticiclón… ¿o ciclón?, y volvió el invierno oscuro, triste y deprimente. Eso sí pasajero. Y yo que tenía previsto escribir sobre la estación recién estrenada, con un bonito texto pastelón y una foto de flores, a fastidiarse.

Cuando parecía que las migrañas estaban en cintura y los efectos secundarios, o lo que fuera, remitían gracias a la contra-medicación, la acupuntura y la buena alimentación, volvió el fantasma de la cabeza estrellada. Eso sí, pasajero. Y yo que, con mi ferviente apoyo, tenía previsto escribir sobre la carrera contra el cáncer, eso sí sin mi presencia y con una nueva crisis que me tumba en casa cinco días, para llorar sin parar.

Lo cierto es que, como decía mi abuelo, “no hay mal que cien años dure” y me he recuperado para poder ir a trabajar, donde se puede comprobar fácilmente como las arrugas son llevaderas, la vista borrosa se hace más evidente, la cabeza no encuentra lugar y los oídos no dejan de sonar.

Pero no importa, con una sonrisa y unos tacones (si puedes) todo se arregla. Pisando fuerte y abrillantando.

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