Reincorporarse al trabajo tras un tratamiento contra el cáncer fue como retomar la bici tras años de inactividad o volver al colegio tras una gripe en carnaval. Es decir, todas las noches me dolía algo, al margen de la cabeza, hombro, brazo izquierdo, piernas o estómago. Hasta que un día, sin causa alguna, me pareció que todo tenía una cierta armonía, que casi me reconocía en mis huesos de la clavícula.